La estrategia arancelaria de la administración Sheinbaum podría resultar más costosa que beneficiosa. La imposición de aranceles de hasta 50% a 1,463 fracciones arancelarias equivalentes a 52 mil millones de dólares en importaciones representa un retroceso hacia el proteccionismo que ignora las realidades de las cadenas globales de valor y la interdependencia comercial contemporánea.
Mexconomy — El análisis de la balanza comercial que justifica la medida —"prácticamente exportamos muy poquito a esos países, muy poquito. La mayoría lo importamos"— refleja una comprensión superficial de los fundamentos del comercio internacional. Hace 208 años que la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo establecía ya que los déficits comerciales bilaterales no son inherentemente problemáticos si reflejan especializaciones eficientes en la producción global.
México importa de China precisamente aquellos bienes que no puede producir de manera competitiva, liberando recursos para especializarse en sectores donde posee ventajas naturales. Al intentar forzar la sustitución de importaciones mediante aranceles punitivos, el gobierno mexicano podría estar destruyendo eficiencias económicas consolidadas durante décadas de integración comercial.
El mayor riesgo de la estrategia arancelaria mexicana radica en su dependencia crítica de insumos chinos en sectores estratégicos. Cerca del 90% de los ingredientes farmacéuticos activos proviene de Asia, principalmente de India y China, mientras que componentes esenciales como circuitos integrados, pantallas LCD/LED, cables eléctricos y baterías de litio forman el núcleo de las cadenas productivas mexicanas más dinámicas.
Esta configuración productiva convierte los aranceles en un impuesto regresivo sobre la competitividad mexicana. La teoría de las cadenas globales de valor, desarrollada por economistas como Richard Baldwin, demuestra que en la economía moderna, los países no compiten con productos finales, sino con segmentos específicos de la cadena productiva. Al encarecer artificialmente los insumos intermedios, México socava su propia capacidad competitiva en los mercados internacionales.
Los sectores de movilidad eléctrica, industria automotriz, electrónica y energías renovables —precisamente aquellos que la administración Sheinbaum debería estar promoviendo en el contexto de la transición energética global— enfrentan ahora el riesgo de perder competitividad por el encarecimiento de sus componentes esenciales.
La paradoja es evidente: México intenta proteger su industria nacional mediante medidas que podrían terminar por debilitarla. Los 60 mil millones de pesos de inversión en riesgo para la apertura de 800 puntos de venta de autos chinos y los 32 mil empleos directos amenazados representan solo la punta del iceberg de las distorsiones económicas que podrían generarse.
La advertencia del ex embajador Jorge Guajardo de que los aranceles del 50% "apenas les haría cosquillas" a los productos chinos expone la realidad del poder económico asimétrico entre ambas naciones. China, como segunda economía mundial, posee recursos fiscales y capacidad de absorción de shocks externos que México simplemente no tiene.
La teoría de los juegos aplicada al comercio internacional sugiere que en conflictos comerciales entre economías de tamaños muy desiguales, la parte más pequeña enfrenta mayores costos relativos. China puede diversificar sus exportaciones hacia otros mercados con mayor facilidad que México para diversificar sus fuentes de importación, especialmente en sectores de alta tecnología donde el gigante asiático mantiene ventajas monopolísticas.
Las represalias chinas contra productos mexicanos como cobre, plata, cerveza, aguacate y carne de cerdo podrían ser devastadoras para sectores que emplean a cientos de miles de mexicanos. La experiencia de la guerra comercial entre Estados Unidos y China durante la administración Trump demostró que los agricultores estadounidenses pagaron un precio desproporcionado por las tensiones arancelarias, a pesar de que Estados Unidos posee un poder económico mucho mayor que México.
La respuesta diplomática del vocero chino Lin Jian —"protegerá decididamente sus derechos e intereses"— no debe interpretarse como una amenaza vacía. China ha demostrado repetidamente su capacidad para utilizar su acceso al mercado como herramienta de política exterior, desde las restricciones a las importaciones australianas hasta las medidas contra productos sudcoreanos.
México se encuentra así en la posición más vulnerable posible: dependiente de insumos chinos para mantener su competitividad, pero amenazando precisamente a su principal proveedor.
La economía es implacable en su veredicto: en un mundo interconectado, el proteccionismo unilateral rara vez fortalece la economía nacional. Por el contrario, tiende a generar ineficiencias, reducir la competitividad y, en última instancia, empobrecer a los consumidores. La administración Sheinbaum pretende agradar a la administración de Donald Trump antes de sentarse a la mesa a negociar el T-MEC, pero enfrenta ahora el riesgo de que su apuesta arancelaria se convierta en una trampa que debilite precisamente aquello que pretende proteger. La historia económica está repleta de ejemplos donde las buenas intenciones proteccionistas pavimentaron el camino hacia crisis de competitividad y estancamiento económico. México no puede permitirse otro fracaso por su “nacionalismo” económico mal entendido.
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