La nueva agenda legislativa de China, aprobada por su Comité Permanente en marzo de 2025, representa mucho más que un paquete normativo. Su ambición no es administrativa, es histórica. En ella se expresa una estrategia que trasciende la coyuntura: un país que no solo busca resistir la hostilidad occidental, sino posicionarse como el eje rector de un nuevo orden global.

Mexconomy - De acuerdo con el Consejo de Estado, el objetivo es establecer un sistema económico caracterizado como “socialismo de mercado”. Pero bajo la superficie retórica, lo que emerge es un régimen tecnocrático, planificado desde el vértice del Partido Comunista Chino, que combina control político absoluto, eficiencia industrial, legalismo soberano y supremacía tecnológica. En palabras simples: una autocracia modernizadora basada en un hypercapitalismo estatal.

Supervivencia, recuperación y ascenso

China no olvida que su actual impulso tiene un punto de partida: la humillación colonial, las guerras del opio, la subordinación al capital extranjero. Su transformación de las últimas cuatro décadas no fue una apuesta ideológica, sino una operación quirúrgica de supervivencia. Primero liberalizó sin democratizar. Luego planificó sin abandonar el mercado. Ahora, legisla para proteger su núcleo estratégico del asedio estadounidense.

Pero ya no basta con sobrevivir. La agenda de 2025 incluye reformas en defensa nacional, ciberseguridad, inteligencia artificial, comercio internacional, inversión extranjera, tecnología de punta y gestión de datos. No es una economía defensiva: es una economía con proyección imperial.

Lejos de los modelos coloniales tradicionales, el nuevo imperio chino no se impone por la fuerza militar directa (aunque la modernización de su armada es un hecho). Su táctica es más sofisticada: proveer infraestructuras, financiar en yuanes, exportar tecnología, generar dependencia digital, controlar nodos logísticos y normar desde tratados bilaterales.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta, la internacionalización del renminbi, la diplomacia de los datos, las asociaciones en semiconductores, telecomunicaciones, movilidad eléctrica y plataformas de comercio electrónico, son herramientas de un soft-imperialismo disciplinado, que usa el desarrollo como caballo de Troya.

¿Cuándo dominará el mundo?

China no oculta su ambición. El XIV Plan Quinquenal (2021–2025) estableció como metas la “autosuficiencia tecnológica” y la “prosperidad compartida”. El XV, en redacción avanzada, planteará —según medios oficiales— la consolidación de la “nueva economía dual”: interna para resistir, global para influir. Todo apunta a 2035 como el punto de inflexión. Para entonces, China espera liderar en inteligencia artificial, automatización industrial, energías limpias, producción farmacéutica y armamento hipersónico.

El modelo chino no es ni marxista ni capitalista clásico. Es otra cosa: un régimen autoritario con legitimidad basada en resultados, cohesionado por el nacionalismo, y sostenido por un capitalismo tecnológico de Estado que ya proyecta normas, redes, productos y valores en el Sur Global.

Si el capitalismo financiero descrito por Rudolf Hilferding un siglo atrás era el puente al imperialismo, el modelo chino actual puede ser el puente a una hegemonía tecnológica autoritaria. Lo que está en juego no es sólo la economía. Es la normatividad del futuro: quién regula los datos, las plataformas, las redes, los chips, los satélites, las cadenas de suministro y los algoritmos.

China no busca parecerse a Estados Unidos. Busca superarlo, con un estilo propio, con un relato propio y con una arquitectura normativa paralela. Su apuesta no es democratizar el orden mundial: es sustituirlo.

En esta carrera, el Sur Global no es un actor pasivo. Es el terreno de disputa. Y América Latina —incluido un México ausente— debe decidir si se subordina a un imperio decadente, se vende al que emerge o construye soberanía compartida con inteligencia estratégica. La neutralidad ya no es opción. El tiempo corre, y el siglo XXI no espera.