Mexconomy - El dólar estadounidense es, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el pilar central del sistema financiero internacional. Su función como moneda de reserva global, medio de pago universal y ancla de valor ha sido respaldada por instituciones sólidas como la Reserva Federal (Fed), el Departamento del Tesoro y una red de tratados y sistemas globales (SWIFT, FMI, Banco Mundial) que lo colocan en el corazón de la economía planetaria.
Esa hegemonía, sin embargo, exige una conducta cuidadosa, sobria y estratégica por parte del emisor: los Estados Unidos. Por eso, lo ocurrido recientemente representa un punto de inflexión inquietante: el propio presidente estadounidense, Donald J. Trump, ha decidido utilizar su figura institucional para promover una criptomoneda personal ($TRUMP), que opera como activo especulativo y mecanismo de fidelización política.
La política monetaria, según la teoría clásica y neokeynesiana, es una función soberana: el monopolio de emisión de moneda es inseparable del control macroeconómico. El dinero no es solo un medio de intercambio, sino un activo institucional cuya fortaleza se basa en la confianza colectiva —en la estabilidad de precios, el cumplimiento del Estado de derecho y la capacidad de responder ante crisis.
Al tokenizar su imagen y convertir su marca política en criptoactivo, Trump socava el principio de que el dinero debe estar separado del capricho personal o del espectáculo. En lugar de fortalecer el dólar como instrumento estratégico global, lo coloca en el mismo plano que monedas meme como Dogecoin o Shiba Inu, en mercados donde la volatilidad, el rumor y el hype reemplazan la solvencia y la estabilidad.
El dilema del privilegio exorbitante
El concepto de "privilegio exorbitante" del dólar, acuñado por Valéry Giscard d'Estaing en los años 60, describe la capacidad única de Estados Unidos para financiar déficits externos emitiendo su propia moneda. Este privilegio genera lo que Barry Eichengreen llama el "dilema de Triffin moderno": para mantener la liquidez global, EE.UU. debe proveer dólares al mundo, pero hacerlo en exceso puede erosionar la confianza en la moneda.
La promoción presidencial de criptoactivos alternativos acelera artificialmente este dilema. No es que el dólar pierda relevancia, sino que el propio emisor soberano señala al mercado que existen "alternativas más emocionantes" a su propia moneda. Esto constituye una contradicción económica sin precedentes históricos.
La estrategia China
El contraste no podría ser más claro. China, segunda economía del mundo y principal rival geoeconómico de EE.UU., ha optado por una estrategia diametralmente opuesta. Desde 2019, el Banco Popular de China ha desarrollado el e-CNY, una moneda digital soberana respaldada por el Estado, con mecanismos de trazabilidad, controles regulatorios y proyección regional (a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y acuerdos con Asia Central, África y América Latina).
El yuan digital no es un experimento personal ni electoral: es parte de una visión de largo plazo para erosionar la dependencia global del dólar y consolidar una red alternativa de pagos y reservas. Beijing entiende que la moneda es un instrumento de poder estructural. Trump, en cambio, la trata como un instrumento de fidelización política y fuente de ingresos.
Aunque las criptomonedas aún no amenazan directamente el dominio del dólar, su proliferación sin control puede acelerar dinámicas de desintermediación financiera, evasión fiscal, lavado de dinero y debilitamiento institucional. Que esas dinámicas sean promovidas desde la presidencia de EE.UU. genera una disonancia sin precedentes.
Desde la perspectiva de la economía del comportamiento, el fenómeno genera múltiples sesgos cognitivos peligrosos: el sesgo de autoridad (los ciudadanos asumen que si el presidente promueve algo, debe ser seguro), el sesgo de confirmación (los seguidores políticos interpretan cualquier volatilidad como "manipulación del sistema tradicional") y el sesgo de disponibilidad (las ganancias especulativas recientes se perciben como indicador de rentabilidad futura).
En términos de teoría de juegos, Trump está jugando un juego de suma negativa: obtiene beneficios privados (ingresos por token, capital político) a costa de debilitar un activo colectivo (la confianza en el dólar) cuyo valor supera exponencialmente sus ganancias personales. Es el equivalente monetario de la "tragedia de los comunes".
La paradoja es brutal: quien debería custodiar el privilegio exorbitante del dólar como moneda hegemónica, lo socava con una ruleta especulativa asociada a su imagen. Quien ocupa la Casa Blanca no fortalece el activo financiero más importante de su nación, sino que lo trivializa. Una superpotencia que no protege su moneda se vuelve vulnerable desde su núcleo.
Lecciones
La historia monetaria ofrece ejemplos aleccionadores. La crisis de confianza en la libra esterlina (1967-1992) mostró cómo una moneda hegemónica puede perder estatus rápidamente cuando las autoridades emisoras priorizan objetivos de corto plazo sobre estabilidad sistémica. El colapso del sistema de Bretton Woods (1971) demostró que incluso acuerdos monetarios respaldados por la mayor potencia mundial pueden desintegrarse cuando la coherencia política se fractura.
La diferencia crucial es que, en esos casos, la pérdida de hegemonía monetaria fue consecuencia no intencional de políticas domésticas. En el caso actual, es resultado de una decisión deliberada del máximo responsable de la política monetaria estadounidense de competir contra su propia moneda.
¿Y el sistema financiero internacional?
Los bancos centrales globales ya están reaccionando. Las reservas en yuanes han aumentado del 1.1% al 2.8% del total global entre 2020 y 2024, mientras que varios países (Rusia, Irán, Venezuela) han acelerado procesos de "desdolarización" en respuesta a la percepción de que Estados Unidos trata su moneda como activo político más que como bien público global.
El Banco de Pagos Internacionales (BIS) ha alertado sobre la fragmentación del sistema monetario internacional en bloques competitivos. La promoción presidencial de criptoactivos acelera esta fragmentación al señalar que ni siquiera Estados Unidos considera el dólar como su activo prioritario.
El dólar no sobrevivirá por mucho tiempo al espectáculo
Si el dólar ha sostenido su supremacía es por una combinación de fuerza militar, tamaño económico e instituciones monetarias serias. Convertir la política monetaria en espectáculo debilita esa ecuación. Mientras China avanza en la creación de un ecosistema digital financiero con lógica de Estado, Trump promueve una economía de fichas, sorteos y cenas con inversores cripto, como si la Casa Blanca fuera un casino de Las Vegas.
Cuando el presidente de la nación más poderosa del mundo apuesta contra su propia moneda, el resto del mundo empieza a buscar alternativas. Y esas alternativas ya están en construcción. La pregunta no es si el dólar perderá su hegemonía, sino qué tan rápido ocurrirá y si Estados Unidos será capaz de revertir el proceso antes de que sea irreversible.
La situación requiere una respuesta institucional coordinada: la Reserva Federal, el Congreso y las instituciones financieras internacionales deben actuar para separar claramente la política monetaria oficial de las aventuras especulativas presidenciales. De lo contrario, Estados Unidos podría convertirse en el primer caso histórico de una potencia hegemónica que perdió su estatus no por declive económico o derrota militar, sino por autoboicot monetario impulsado por su presidente.
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