La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha sido interpretada muchas veces como resultado de una táctica electoral de Donald Trump. Pero la realidad es más profunda: estamos ante una confrontación estructural que está redibujando las coordenadas del poder económico global.
Mexconomy — En ese rediseño, China ha tomado la delantera, no sólo resistiendo los embates arancelarios del trumpismo, sino forjando una nueva geografía geoeconómica donde Estados Unidos empieza a quedar marginado.
Desde 2020, Xi Jinping dejó claro que su objetivo no era simplemente resistir a Estados Unidos. El verdadero propósito era construir un orden donde China no pudiera ser excluida sin que el mundo entero pagara un alto costo. La estrategia: dominar los insumos críticos, consolidar alianzas en Asia, Eurasia, África y América Latina, y posicionarse como eje de una economía global interdependiente.
Desde su primer periodo presidencial, mientras Trump endurecía el tono, China expandía silenciosamente su influencia. En África, con financiamiento de infraestructura y tecnología. En Asia y Eurasia, mediante acuerdos de libre comercio como el RCEP, el más grande del mundo. En América Latina, aprovechando el vacío dejado por Washington. Y en Europa Oriental, incluso frente al avance ruso, Pekín ha conseguido establecer lazos económicos que erosionan la hegemonía estadounidense.
Recientemente, lo que para Trump fue una táctica de confrontación bilateral, para Xi fue una oportunidad multilateral. China no respondió con una guerra arancelaria frontal, sino con una abierta reconfiguración estratégica del mapa económico global. Hoy, países de Medio Oriente, Asia Central, África Subsahariana y Europa del Este se integran a una red liderada por China, donde los términos no los impone Washington.
La geografía del comercio ya no gira exclusivamente alrededor del Atlántico Norte. La pandemia, los conflictos energéticos y la fragmentación del orden multilateral han acelerado la emergencia de polos autónomos de crecimiento. India, Vietnam, Indonesia, Nigeria y Turquía ya no son periféricos: son actores centrales del nuevo orden económico. Y en todos ellos, China ha sabido construir relaciones estables y beneficiosas.
El trumpismo, en cambio, ha apostado por la política del muro arancelario: cerrar, aislar, castigar. Pero en un mundo interconectado, esas tácticas han mostrado sus límites. Al renunciar a liderar instituciones, alianzas y mercados, EE.UU. se ha replegado sobre sí mismo, dejando espacio para que China ejerza un tipo de poder menos estridente, pero más efectivo: el poder de la infraestructura, la manufactura, los suministros estratégicos y la estabilidad financiera.
Trump no ha entendido que el nuevo orden geoeconómico no será proclamado en cumbres ni firmado en tratados visibles. Está surgiendo a través de puertos financiados por China en África, cables submarinos tendidos en Asia y cadenas de suministro reconfiguradas en América Latina. Ha sido un proceso lento, pero imparable. ¿Es el resultado directo de una guerra que Trump inició? En gran parte, pero que Xi ha preparado durante años y ahora está ganando por agotamiento de EE.UU, y por visión estructural del mundo.
No es un cambio coyuntural. Es un cambio de época. La confrontación comercial sólo fue el punto de ruptura que reveló algo más profundo: la hegemonía occidental ya no puede sostenerse sin adaptación. Y mientras Trump se atrinchera en una visión del pasado, el resto del mundo, con China a la cabeza, ya se mueve en otro mapa. Un mapa donde Estados Unidos ya no es el centro.
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