La promesa fue clara: "Make America Great Again". Pero el resultado, en los primeros meses del segundo mandato de Donald Trump, es opuesto. Estados Unidos ha perdido poder, presencia e influencia. El mundo ya no gira en torno a Washington. Trump, lejos de ser el estratega que su narrativa vendió, ha resultado ser un vendedor de espejos del siglo pasado, atrapado en una lógica económica que el mundo moderno ya superó.
Mexconomy Editorial — Los aranceles del 145% impuestos por EE.UU. no han hecho que China se arrodille. Han hecho que EE.UU. se encierre. Las empresas estadounidenses han encarecido productos, los consumidores han pagado más, y la economía ha perdido competitividad global. Mientras tanto, China ha consolidado su papel como epicentro industrial y logístico del mundo. Trump no frenó a China: la empujó a redoblar su apuesta.
Xi Jinping respondió con una estrategia. Trump, con eslóganes. Esa es la diferencia entre el poder real y la ilusión populista. MAGA no fue una visión del futuro: fue un eco nostálgico del pasado. En vez de liderar la economía del siglo XXI, Trump intentó restaurar la del XX. Sus herramientas: aranceles, subsidios, amenazas bilaterales y discursos nacionalistas. Pero el mundo globalizado no se rige por esos códigos ya. El resultado: Estados Unidos más solo, más caro, más desconectado.
La imagen internacional de EE.UU. ha retrocedido. Europa, antes aliada incondicional, duda; África, cortejada por China; América Latina, ignorada por Trump y disputada por Pekín. En Asia, el epicentro del nuevo dinamismo global, la Casa Blanca ha perdido iniciativa. Aislado de acuerdos como el TPP y debilitado en foros multilaterales, EE.UU. aparece cada vez menos como arquitecto del sistema y más como fuerza disruptiva.
Militarmente, comercialmente y tecnológicamente, la era de la omnipresencia estadounidense se agota. El trumpismo, con su retórica de "ganar guerras comerciales", ha hecho que los aliados busquen nuevas rutas, que las empresas globales diversifiquen, y que la palabra “liderazgo estadounidense” suene hueca en muchas capitales.
Para los votantes estadounidenses, el despertar será duro. Trump no ha devuelto empleos industriales. No ha reducido la dependencia de China. No ha fortalecido la clase media. Ha producido inflación, tensiones globales y un aislamiento geopolítico creciente. La magia de MAGA se revela como lo que fue desde el inicio: una fantasía capitalista, impulsada por el resentimiento, envuelta en la bandera, y basada en una comprensión errónea del mundo actual.
Hoy, Estados Unidos paga el precio de haber seguido a un populista de derecha que creyó que podía gobernar el siglo XXI con herramientas del siglo XX. La “grandeza” prometida se ha convertido en debilidad estructural. La hegemonía, en vulnerabilidad. El poder blando, en descrédito. Y la población, en desilusión.
MAGA no hizo a América grande otra vez. La hizo pequeña frente al mundo real. Y ese mundo ya no espera a Estados Unidos para moverse.
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