Un análisis forense de los datos del IGAE revela que la economía mexicana está en recesión técnica, sostenida artificialmente por un sector primario cuyos números desafían la lógica y contradicen los propios reportes del INEGI

MexconomyLa economía mexicana no está estancada. Está en recesión. Pero descubrir esta verdad requiere ir más allá del titular oficial que anuncia un crecimiento anual de 0.0% en agosto de 2025. Requiere desmontar, cifra por cifra, la construcción estadística que permite al gobierno mexicano presentar como "estancamiento" lo que en realidad es una contracción económica sostenida del aparato productivo nacional.

El Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) es un promedio ponderado de tres grandes sectores: primario (agricultura, ganadería, pesca), secundario (industria, construcción, minería, manufactura) y terciario (servicios). En teoría, este indicador representa el 94.8% del Valor Agregado Bruto nacional y debería ofrecer una fotografía fidedigna de la salud económica del país. En la práctica, se ha convertido en un instrumento de contabilidad creativa.

La anomalía comienza con los números del sector primario, que reportan un crecimiento anual explosivo del 15.3%, impulsado por una agricultura que supuestamente se expandió 26.5% en términos anuales. A primera vista, estos datos podrían parecer una buena noticia: el campo mexicano estaría viviendo un boom extraordinario que compensa las dificultades de otros sectores. Pero cuando se examinan con detenimiento, estos números no solo son inverosímiles sino que contradicen frontalmente la realidad agrícola del país y los propios datos históricos del INEGI.

Apenas un mes antes, en julio de 2025, el mismo instituto reportó que las actividades primarias se habían desplomado un devastador 12.2% en términos anuales, con la agricultura registrando una caída catastrófica del 19.9%. La pregunta es inevitable: ¿cómo pasó el sector agrícola de una contracción del 19.9% en julio a un crecimiento del 26.5% en agosto? Estamos hablando de un cambio de 46.4 puntos porcentuales en treinta días. Para poner esto en perspectiva, es como si toda la cosecha anual de México se hubiera concentrado milagrosamente en agosto.

Pero el problema no es solo la magnitud del cambio, sino su imposibilidad agronómica. Agosto no corresponde a ninguno de los ciclos agrícolas de cosecha de México. El país tiene dos temporadas principales de recolección: el ciclo primavera-verano y el ciclo otoño-invierno. Agosto es un mes de transición. No es un mes de cosecha masiva que pueda explicar un crecimiento del 26.5%.

¿Cómo, en medio de condiciones adversas, el sector agrícola registra su mejor desempeño en años precisamente en agosto, fuera de temporada de cosecha?

Esta anomalía estadística no es un detalle técnico menor. Es la pieza clave que sostiene la ilusión de que México no está en recesión. El sector primario representa apenas entre el 3% y 4% del Producto Interno Bruto nacional. Es el más pequeño de los tres grandes sectores económicos. Sin embargo, su crecimiento artificial del 15.3% anual es suficiente para elevar el promedio general del IGAE de lo que sería una clara contracción al aparente estancamiento del 0.0%.

Para entender la magnitud de esta manipulación, hay que examinar qué ocurre con la economía real, la que genera empleos formales, produce exportaciones y crea riqueza tangible. Las actividades secundarias, que representan aproximadamente el 30% del PIB, se contrajeron 2.7% en términos anuales. Este no es un dato aislado de un mes malo. Es la confirmación de una tendencia sostenida de deterioro industrial.

La minería colapsó 7.0% anual, con un índice deprimido de apenas 89.7 puntos sobre una base 2018 de 100. Esto significa que la producción minera de México está once puntos por debajo de donde estaba hace siete años, perdiendo terreno sistemáticamente. La construcción, el termómetro más sensible de la confianza inversionista, cayó 3.2% anual, evidenciando la parálisis total de proyectos de infraestructura y desarrollo inmobiliario. Las industrias manufactureras, que deberían estar capitalizando el nearshoring y la reconfiguración de cadenas globales de suministro, apenas crecieron 0.2% mensual pero acumulan una contracción de 1.7% anual.

El sector energético profundiza el desastre con un índice de 68.8 puntos, treinta puntos por debajo del nivel de 2018, y una contracción anual del 2.4%. Este colapso energético no solo refleja décadas de subinversión sino que actúa como cuello de botella para cualquier intento de reactivación industrial. ¿Cómo puede México atraer inversión manufacturera si su sistema eléctrico retrocede en lugar de expandirse?

Las actividades terciarias, que representan aproximadamente el 65% del PIB, crecieron apenas 0.8% anual, un resultado mediocre que además oculta contracciones severas en sectores clave. El comercio al por mayor, fundamental para las cadenas de distribución empresarial, se desplomó 4.7% anual. Los servicios de alojamiento temporal y preparación de alimentos, el corazón del sector turístico, cayeron 3.3% anual. Las actividades gubernamentales retrocedieron 2.7%, reflejando la contracción del gasto público. Otros servicios cayeron 2.1% anual.

El único sostén aparente del sector terciario es el comercio al por menor, que creció 6.4% anual con un índice robusto de 120.2 puntos. Este dato, que a primera vista podría interpretarse como señal de salud económica por la fortaleza del consumo interno, es en realidad la evidencia más inquietante de todas. ¿Cómo puede el consumo crecer vigorosamente cuando la industria está en recesión, cuando la construcción colapsa, cuando la minería se desploma? La respuesta es tan simple como preocupante: endeudamiento de las familias, tarjetas de crédito, préstamos personales, compras a plazos. Es consumo financiado, no consumo sostenible. Es el último aliento antes del ahogamiento.

Cuando se realiza un cálculo ponderado aproximado eliminando el sector primario con sus cifras cuestionables, la conclusión es inescapable. Si las actividades secundarias representan el 30% del PIB y cayeron 2.7% anual, aportan aproximadamente -0.81 puntos porcentuales al crecimiento total. Si las actividades terciarias representan el 65% del PIB y crecieron 0.8% anual, aportan aproximadamente +0.52 puntos porcentuales. El resultado neto es una contracción del -0.29% anual.

Esta es la verdadera economía mexicana de agosto de 2025: una economía en recesión técnica, con su aparato productivo industrial en franco retroceso, su sector energético colapsado, su construcción paralizada, su minería en crisis, y su consumo sostenido artificialmente por endeudamiento mientras el gobierno presenta cifras agrícolas que desafían tanto la lógica agronómica como los propios datos históricos del INEGI.

La pregunta que surge naturalmente es: ¿por qué? ¿Por qué presentar un panorama artificialmente optimista cuando los datos sectoriales evidencian una crisis? La respuesta tiene múltiples dimensiones. Una recesión oficial tiene consecuencias políticas, fiscales y financieras. Afecta la calificación crediticia del país, encarece el financiamiento público, erosiona la confianza inversionista, debilita al gobierno en turno. Es más conveniente políticamente hablar de "estancamiento" que de "recesión", aunque la diferencia entre 0.0% y -0.29% sea meramente semántica cuando se trata de una economía estancada.

Pero hay algo más profundo en juego. Esta manipulación estadística impide un diagnóstico honesto y, por lo tanto, impide soluciones efectivas. Si el gobierno sostiene que la economía simplemente está estancada debido a factores externos o coyunturales, no hay urgencia para reformas estructurales. Si se reconociera la recesión industrial, habría que admitir el fracaso de políticas que han desincentivado la inversión productiva, que han descuidado la infraestructura energética, que han dejado pasar la oportunidad histórica del nearshoring.

Los datos del acumulado enero-agosto de 2024, que muestran una caída de 0.1%, confirman que esto no es una anomalía de un mes sino una tendencia sostenida. México ha desperdiciado ocho meses del año sin generar crecimiento económico significativo. Mientras Vietnam crece al 6.5% anual, mientras India acelera por encima del 7%, mientras incluso economías latinoamericanas comparables avanzan entre 2% y 3%, México está efectivamente en recesión, camuflada detrás de cifras agrícolas inverosímiles.

Las implicaciones de esta recesión oculta son devastadoras para millones de mexicanos. Una economía industrial en contracción del 2.7% significa menos empleos formales, los de mejor calidad y mayores salarios. Significa que los jóvenes que terminan carreras técnicas e ingenierías no encuentran trabajo en fábricas porque esas fábricas están cerrando o reduciendo personal. Significa que la construcción paralizada deja sin empleo a cientos de miles de trabajadores que dependen de esa actividad. Significa que el colapso minero cierra pueblos enteros cuya economía depende de la extracción.

La crisis energética, con su índice de 68.8 puntos, treinta puntos por debajo del nivel de 2018, significa apagones más frecuentes, costos eléctricos más altos, imposibilidad de atraer industrias intensivas en energía. Es un cuello de botella que estrangula cualquier posibilidad de reactivación industrial. Y cuando las empresas manufactureras internacionales evalúan dónde instalar sus plantas en Norteamérica para aprovechar el nearshoring, ven estos números y deciden ubicarse en Texas, Arizona o Carolina del Norte, no en México.

El comercio al por menor creciendo 6.4% mientras la industria colapsa es particularmente engañoso. Parece indicar que al menos los consumidores mexicanos están bien, que tienen dinero para gastar. Pero ese gasto se sostiene en endeudamiento creciente de las familias, en tarjetas de crédito cada vez más sobregirradas, en préstamos personales con tasas leoninas. Es un castillo de naipes. Cuando el endeudamiento alcance su límite, cuando las familias ya no puedan pagar sus deudas, ese 6.4% de crecimiento del comercio minorista se convertirá en contracción brusca, y entonces toda la economía, incluyendo los servicios que aún resisten, caerá en recesión abierta e innegable.

La caída del comercio al por mayor del 4.7% anual es la señal de alerta temprana. Las empresas ya están comprando menos inventario porque anticipan menor demanda futura. Saben que el consumo financiado no es sostenible. Están preparándose para tiempos difíciles mientras las autoridades estadísticas presentan cifras agrícolas imposibles para mantener la ilusión del 0.0%.

Descubrir esta recesión oculta requirió ir más allá del titular y examinar la composición sectorial del IGAE. Requirió cuestionar la lógica de cifras agrícolas que contradicen tanto los ciclos de cosecha como los datos históricos del propio INEGI. Requirió hacer el cálculo ponderado que las autoridades prefieren no mostrar: que eliminando el sector primario con sus números cuestionables, la economía mexicana está en contracción del -0.29% anual, una recesión técnica clara.

La gran mentira del 0.0% es que hay algo que salvar, pero cuando finalmente se reconozca lo evidente, cuando las cifras agrícolas ya no puedan sostener la ficción, cuando el consumo financiado colapse, México descubrirá que no solo perdió tiempo valioso sino que dejó que una recesión técnica y manejable se convirtiera en una crisis estructural de consecuencias profundas y duraderas.

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