La contracción económica del primer trimestre no solo implica un tropiezo financiero para Estados Unidos; también representa una fractura profunda en la narrativa de liderazgo de Donald Trump. El costo ya no es solo económico: es político, institucional y reputacional. Lo que se erosiona no es una cifra, sino la confianza.
Mexconomy, Editorial - Cuando la economía se contrae, las reacciones pueden ser técnicas o emocionales. En el caso de Trump, ambas se mezclan en una peligrosa combinación de desconfianza e improvisación. La caída del PIB, aunque modesta en apariencia (0.27% anualizado), llega en un momento políticamente sensible: los primeros cien días de gobierno, cuando aún se mide la “luna de miel” presidencial.
En el discurso oficial, el retroceso es minimizado, atribuido a factores externos o “herencias malditas”. Pero la realidad es más contundente: el primer gran dato económico del nuevo mandato contradice el corazón de la promesa trumpista. No hay crecimiento acelerado, ni repunte industrial, ni repatriación visible de empleos. Hay desconfianza, caída bursátil y señales de obstrucción en las cadenas de suministro.
El golpe no es menor. Desde la campaña, Trump tejió una narrativa de eficiencia empresarial y autoridad económica. Sus seguidores esperaban resultados casi inmediatos, y muchos adversarios esperaban al menos una corrección prudente de rumbo. Lo que obtuvieron fue una reafirmación agresiva del mismo estilo: unilateral, desafiante, sin autocrítica.
Pero las percepciones públicas no son inmunes a los datos. La caída del PIB se interpreta como síntoma de fracaso, y eso impacta directamente en los niveles de aprobación. Si la situación económica empeora —o simplemente no mejora con claridad—, el capital político de Trump podría erosionarse a velocidades no vistas desde crisis anteriores. La opinión pública no otorga segundas oportunidades fácilmente cuando se rompe la promesa de prosperidad.
Y fuera de Estados Unidos, la reputación de Trump ya ha sido minada. La comunidad internacional observa con escepticismo su agresiva política comercial, su desprecio por la diplomacia multilateral y su enfoque populista. En los mercados globales, las señales son claras: Washington ha perdido centralidad como ancla de estabilidad. Nadie quiere ser rehén de decisiones unilaterales.
Para el ciudadano promedio, lo que está en juego no es un debate doctrinal sobre proteccionismo o liberalismo. Es el bolsillo. Es la capacidad de pagar la renta, de comprar víveres, de acceder a un crédito o conservar un empleo. Y si ese ciudadano empieza a sentir que la promesa fue falsa, que el líder se equivocó y no lo admite, el respaldo se evapora.
En este contexto, el mayor riesgo para Trump no es la economía per se, sino su credibilidad. Cuando la confianza se quiebra, ningún decreto puede restaurarla. El liderazgo basado en fuerza sin resultados se vuelve caricatura. Y el populismo —ya sea de izquierda o de derecha— muestra su verdadera cara: una retórica eficaz para ganar elecciones, pero ineficaz para gobernar.
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