Los primeros datos económicos del mandato de Trump han dado señales inquietantes: el PIB cayó 0.27% en el primer trimestre. Detrás de ese descenso hay una historia de decisiones apresuradas, respuestas corporativas defensivas y una economía que empieza a resentir el impacto de una guerra comercial diseñada más para ganar votos que para generar prosperidad.
Mexconomy - La estrategia económica de Donald Trump se cimentó en una idea central: cerrar las puertas al exterior para reactivar la economía desde adentro. Esta doctrina, reciclada bajo el nombre de "Make America Great Again", prometía blindar a Estados Unidos frente a la competencia extranjera, obligar a las empresas a producir localmente y así desencadenar una nueva etapa de crecimiento nacional.
Pero la ejecución de ese plan ha generado resultados contrarios. La economía estadounidense se contrajo 0.27% en el primer trimestre del año, según la estimación preliminar de la Oficina de Análisis Económico. Se trata de una señal política y económica contundente: la economía más poderosa del mundo comienza a desacelerarse justo cuando más prometía acelerar.
¿Qué ocurrió? Las empresas, anticipándose al encarecimiento de insumos y productos por la imposición de nuevos aranceles, adelantaron importaciones a niveles poco sostenibles. Ese aluvión de bienes inundó el mercado, desequilibró inventarios y afectó el dinamismo comercial. En lugar de incentivar la producción interna, la política proteccionista generó distorsiones logísticas y una sensación de incertidumbre generalizada.
El golpe no se limitó al PIB. Wall Street vivió su peor arranque de mandato presidencial desde Gerald Ford, con una caída abrupta de los mercados y una respuesta emocional de inversores ante la falta de claridad en la agenda económica. Las cadenas de suministro, dependientes del flujo internacional de componentes, comenzaron a mostrar grietas, desde retrasos en la entrega hasta alzas en los precios finales.
El proteccionismo, como mecanismo de defensa, puede ser eficaz en circunstancias muy específicas y de manera transitoria. Pero usado como eje rector de una política económica nacional, tiende a volverse una trampa. Se encarecen los costos, disminuyen las opciones, y se debilita la competitividad global. EE.UU., en lugar de consolidarse como líder industrial, arriesga su posición en mercados clave.
Además, la incertidumbre se ha vuelto norma. Empresarios no saben si invertir, si trasladar operaciones, si modificar rutas logísticas. Consumidores enfrentan precios inestables. Proveedores internacionales buscan nuevos socios. Y en ese clima de inestabilidad, cualquier intento de crecimiento se convierte en una carrera cuesta arriba.
La economía necesita reglas claras, estabilidad y una visión integradora. El mundo de hoy no se puede compartimentar bajo muros económicos sin graves consecuencias. Pretender sustituir acuerdos multilaterales con pulsos unilaterales solo deteriora la credibilidad institucional y deja al país aislado en un sistema global que sigue avanzando sin él.
Trump prometió crecimiento, pero su proteccionismo empieza a parecer una medicina que agrava la enfermedad. El retroceso no es solo una cifra negativa del PIB: es un síntoma de una estrategia mal planteada. Si no hay correcciones, la trampa puede cerrarse por completo. Y salir de ella será mucho más costoso que evitarla desde el inicio.
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