La economía mexicana enfrenta un panorama contradictorio en octubre de 2025. Mientras la inflación general anual desciende a 3.6% —su nivel más bajo desde 2007— y se reduce 1.2 puntos porcentuales respecto al año anterior, las familias más vulnerables del país enfrentan presiones diferenciadas que agudizan las brechas entre el campo y la ciudad.
Mexconomy — Al observar las Líneas de Pobreza correspondientes a octubre (INEGI), se revela que el costo de la supervivencia básica continúa escalando. Para adquirir únicamente alimentos —la llamada canasta alimentaria— una persona en zona rural necesita 1,844.15 pesos al mes, mientras que en áreas urbanas el umbral alcanza 2,450.01 pesos. Pero el verdadero desafío emerge cuando se consideran los bienes y servicios no alimentarios: el mínimo vital se eleva a 3,411.88 pesos en el campo y 4,759.91 pesos en las ciudades.
Los datos revelan que la canasta alimentaria rural creció apenas 2.9% anual, por debajo de la inflación general, pero la urbana se disparó 4.3%, superándola. El campo mexicano, tradicionalmente más expuesto a la volatilidad alimentaria, experimenta un alivio relativo, mientras que las ciudades —donde se concentra la mayor parte de la población en pobreza— sufren un encarecimiento acelerado de lo esencial.
El análisis detallado del INEGI identifica a los culpables del incremento. Los alimentos y bebidas consumidas fuera del hogar encabezan la lista de presiones inflacionarias, con un alza de 7.5% que representa más de la mitad de la incidencia total en la canasta alimentaria. Este fenómeno revela un cambio en los patrones de consumo, pero también una realidad económica: millones de mexicanos dependen de comedores económicos, fondas y establecimientos de bajo costo que han transferido sus mayores costos operativos directamente al consumidor final.
El segundo gran factor de presión es el bistec de res, con un incremento anual de 19.4%. En las zonas rurales, este producto contribuye con 33.9% a la variación de la canasta, mientras que en áreas urbanas su incidencia alcanza 20.6%. La molida de res, con un alza de 17.6%, y la leche pasteurizada, que creció 8.6% en zonas urbanas, completan el cuadro de una proteína animal cada vez más inaccesible para los sectores más pobres.
Pero la verdadera dimensión del problema se revela al incorporar los gastos no alimentarios. Las Líneas de Pobreza por Ingresos, que incluyen educación, vivienda, transporte y cuidados personales, crecieron 3.1% en zonas rurales y 3.6% en urbanas. Aquí aparece otra contradicción: mientras la canasta alimentaria urbana sube más rápido que la rural, la situación se invierte al considerar el gasto total, donde el campo enfrenta presiones similares a las ciudades pese a contar con menores ingresos promedio.
Los rubros de cuidados personales (con un alza de 6.0%) y educación, cultura y recreación (5.6% en rural, 5.7% en urbano) emergen como nuevos focos de vulnerabilidad. En las ciudades, la vivienda y servicios de conservación —que incluye renta, mantenimiento y servicios básicos— creció 4.1%, representando 9.5% de la incidencia total en la línea de pobreza urbana.
Cada día sale más caro comer. La macroeconómica oficial no se traduce en alivio para los más pobres. La inflación general puede estar bajo control, pero la inflación de los pobres —aquella que golpea los productos básicos y servicios esenciales— sigue su propia lógica, más cruel y persistente. Con 59.9% de la variación de la línea de pobreza urbana explicada por alimentos, y 50.6% en zonas rurales, queda claro que cualquier shock en precios agropecuarios o políticas que encarezcan la comida tendrá efectos devastadores e inmediatos sobre millones de mexicanos.
El riesgo es evidente: México mantiene márgenes de maniobra estrechos. Un repunte inflacionario, una sequía prolongada, disrupciones en las cadenas de suministro o cambios en políticas comerciales podrían detonar crisis alimentarias localizadas. Y mientras el país celebra cifras macroeconómicas favorables, INEGI —que asumió en julio la responsabilidad de calcular estas líneas tras el Coneval— continúa documentando mes a mes la distancia que separa a millones de mexicanos del umbral mínimo de dignidad económica.

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